Lo sucedido en el partido entre Querétaro y Atlas en el Estadio La Corregidora despertó un rechazo que desprestigia aún más a las barras de los equipos
Las imágenes de hombres desnudos tirados en los alrededores del estadio La Corregidora de Querétaro en México, familias enteras corriendo a lo largo del campo de fútbol y personas siendo agredidas por parte de los hinchas locales como salvajes, quedarán marcadas en la historia del fútbol como uno de los hechos más violentos que se hayan presenciado en este deporte, pero que está lejos de representar al verdadero barrista, quien se ha ganado el odio por cuenta de unos cuantos que no representan a los verdaderos hinchas.
No se puede intentar tapar el sol con un dedo. Las llamadas barras bravas siempre han estado en el ojo del huracán no por su pasión y amor a una camiseta, sino todo lo contrario, su actos violentos y desmanes han llevado a que los vean como unos vándalos desadaptados que en lo único que piensan es en hacerle daño a sus rivales.
Pero cómo no va a pasar esto con lo sucedido en el partido entre Querétaro y Atlas, donde cualquiera que tuviera la camiseta del equipo de Guadalajara fue cobardemente atacado entre tres, cuatro y hasta cinco personas del equipo contrario, también conocido como “Los Gallos Blancos” de Querétaro.
Es probable que primero se solucionen conflictos históricos como el de Israel y Palestina o el reciente entre Rusia y Ucrania antes de que los fundamentalistas del fútbol logren un arreglo en las ligas de todo el mundo. El fútbol que debería ser solo una fiesta, se convierte simplemente en un drama. El problema en algunos países, como México que fue el epicentro del reciente episodio de horror por encima del deporte, es que “se habla de infiltración de grupos del crimen organizado en ambas barras algo que ni gobiernos ni clubes han querido afrontar de la manera correcta”, cuenta Primitivo Olvera, curtido periodista mexicano y jefe informativo de Radiopolis en ese país.
Ni en México ni en Argentina ni en Colombia, donde los estadios se han convertido en cementerios durante diferentes momentos, el tema se ha tomado realmente en serio, salvo cuando hay una tragedia. “Dicen popularmente que cuando un niño se ahoga es cuando quieren tapar el pozo. Cuando debe ser al revés”, reflexiona Felipe Barrera, quien trabajó como director de Grupo Notinet en México.
Sin embargo, todo se ha quedado en amagues, mientras los violentos le gambetean a medidas tibias que no solucionan el tema de fondo. Los directivos de los equipos se han hecho los de la vista gorda y no hacen nada cuando podrían ser parte de la solución: “Tienen identificados a los líderes de las barras que son los responsables. No se puede calmar a toda una turba, pero sí dar directrices porque los clubes les dan boletos para que puedan ingresar sin pagar. Ellos tienen el control y saben quiénes son y los que pueden ser promotores de la violencia”, agregó Barrera.
No todos los que están en barras bravas son violentos ni todos los violentos hacen parte de las barras bravas. Es un juego de palabras, quizá difícil de entender, pero que describe idealmente el estigma que tienen quienes llevan la pasión por sus equipos a los cantos, los trapos, los tatuajes y el acompañamiento permanente, sin necesidad de recurrir a la violencia.
Daniel Camacho es fundador de la barra La Guardia de Independiente Santa Fe, quien considera que el problema radica principalmente en las internas de las barras y el microtráfico. Y es preciso en su grave señalamiento: “las barras siempre han servido para lavar plata”.
“Cuando hay internas, es decir, dos miembros queriendo ganar poder, entonces lo que hacen es hacer bombo a ver quién se roba más banderas, quien chuza a otro ‘pirobo’ de otro equipo y es lo que justifica quién es el que manda”, señaló.
Camacho, quien conoce muy bien lo que es una barra, considera que la falta de liderazgo es la causa para que se genere el caos en los estadios y, principalmente, en las afueras. Tal y como sucedió en México.
“México tiene la capacidad de llevar las cosas malas de los países vecinos a unos niveles superiores. Yo conozco la cultura de la barra y eso nunca va a pasar por más que sea del otro equipo. Yo me pongo a defenderlos. Eso es el barra. Porque importa mucho la camiseta, pero contra los iguales. Nunca un niño, un papá o una mujer”, explica.
Es más, el hincha rojo, a pesar de ser consciente de que no todo es color de rosas entre las diferentes barras, no dudó en afirmar que si él hubiera sido el líder de la barra de Querétaro y “si nos vamos a matar, primero me encargo de sacar a toda la gente y me quedo con los mechudos, porque eso sí, nos reconocemos a kilómetros”.
Quizá nos hemos equivocado en pensar que son solo los clubes o las federaciones deportivas los que tienen la solución para acabar con la violencia en el fútbol. Las medidas inútiles que se toman como la famosa carnetización o la identificación biométrica no funcionan de nada si los jóvenes que llegan a los estadios no tienen otro futuro ni otra motivación en su vida que un color y un balón. De las oportunidades que ellos tengan también dependerá que podamos volver a ver fútbol en paz.
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