El ascenso al poder de Gustavo Petro estuvo marcado por la historia y los símbolos del M-19. De la espada de Bolívar que robó esa guerrilla a los honores militares que recibió el nuevo presidente. Crónica de una tarde soleada, emotiva, ruidosa y provocadora.
Eran las 3 de la tarde y 19 minutos y de nuevo ese último número marcaba la historia de Gustavo Francisco Petro Urrego. Quedó escrito que para esa hora del 7 de agosto de 2022 ya era oficialmente el nuevo presidente de Colombia, acababa de juramentar ante el senador Roy Barreras.
La marca del 19 la tiene Petro desde la cuna. Nació un 19 de abril de 1960, se vinculó al M-19, la guerrilla que hacía alusión a esa misma fecha pero de 1970, no por él sino por la huella que había dejado el denunciado fraude electoral de ese año. Y fue otro 19, este de junio de 2022, cuando Petro se hizo presidente. Por eso, cuando todo apuntaba a que volvería a perder, él habló de ‘Aquel 19′, la canción de Daniel Santos que esperaba fuera la banda sonora de su victoria. Y así fue.
Una cascada de heliconias que adornaban las columnas del Capitolio Nacional fueron testigo desde las primeras del domingo del fervor popular que había generado esa victoria en las elecciones. Allí ocurró una posesión histórica e inédita, palabras que están devaluadas porque los periodistas solemos usarlas para cualquier acontecimiento, pero que sintetizan lo que vivió el centro de Bogotá y quienes vieron la transmisión por televisión. La emotividad, los símbolos y el rompimiento de moldes caracterizaron la ceremonia de ascenso al poder del primer presidente de izquierda en Colombia.
En el Palacio de San Carlos, antigua sede de gobierno, el presidente esperaba ansioso con un traje azul oscuro y una corbata del mismo color para iniciar el recorrido hacia la Plaza de Bolívar con su familia, a la que cuesta tiempo mencionar por lo extensa (dos Nicolás, Andrea, Andrés, Sofía y Antonella). Desde ese edificio de fines del siglo XVI se alcanzaba a escuchar la efervescencia que había a pocos metros porque se habían abierto las puertas para que la posesión presidencial dejara de emular un club privado y se convirtiera en una fiesta ciudadana. Los gritos, los vivas, las arengas, los alcanzaban a escuchar los Petro Alcocer cada vez que en la transmisión de las pantallas gigantes aparecían él o la vicepresidenta Francia Márquez.
La simpatía ciudadana infló los corazones de la familia presidencial, con Verónica Alcocer mandando un mensaje de paz con blusa y pantalón –no vestido– completamente blancos, y Sofía Petro con una chaqueta morada que en una de sus mangas decía “Justicia social” y en la otra “Justicia climática”. Las prioridades del programa de gobierno del nuevo presidente caminaban arropando a dos de las mujeres de su vida.
La caminata de unos cuantos metros, que se hizo extensa por saludos protocolarios, tuvo como colofón el acompañamiento de la Guardia Indígena, tal como Petro lo había prometido en campaña como un gesto de apoyo a las comunidades del Cauca donde él jugó literalmente de local con su vicepresidenta Francia Márquez. Después del recorrido, el hasta entonces presidente electo subió a la tarima blanca instalada al sur de la Plaza de Bolívar y se distanció de su familia para ir a ocupar el lugar que le correspondía en la ceremonia, pero en ese corto recorrido se pudo detener para ver la inmensidad de lo que tenía al frente.
El público, que acababa de ver un dramático sonoviso con las imágenes más crudas y dolorosas del conflicto colombiano, se turnaba dos arengas: “Sí se pudo” y “No más guerra”, así que Petro se quedó observando de izquierda a derecha, no hablaba, no hacía señas, se veía impasible. La gente siguió ahora con otra: “Petro, amigo, el pueblo está contigo”, ante lo cual el presidente sonrió y cambió su inexpresividad por una sonrisa y una ‘V’ de victoria con su mano derecha que dirigió a una ventana del Capitolio donde estaban funcionarios de oficios varios que, apeñuscados, también esperaban ver la posesión.
Ya sentado Petro, el viento actuaba con fuerza y le jugaba una mala pasada, al punto que cada tanto tenía que pasarse su mano por la cabeza para organizarse el escaso pelo que tiene en la parte delantera. El sol azotaba con dureza pero tranquilizaba las amenazas de lluvia que temieron los organizadores del evento, que ya habían tenido que enfrentar una tormenta, pero de consideraciones políticas: la de la espada de Bolívar.
Desde la noche anterior había corrido el rumor de que la espada no sería prestada por el presidente saliente para que fuera exhibida en la posesión. A pocos metros de allí quizá la Casa del Florero si tuviera vida hubiera podido sonreír al ver cómo se repetía, más de 200 años después, una historia similar a la de Llorente, aquel “chapetón” que no quiso prestar el florero para un evento de los criollos independistas. Y ya sabemos cómo terminó esa historia. Sin la espada, que había robado el M-19 en su presentación en sociedad en 1974 y devuelta en 1991, quedaba ausente un símbolo que Petro quería tener en su posesión, como parte de su participación en esa guerrilla. Pero eso no fue excusa para que el ‘Eme’ no estuviera presente.
Entre el público ondeaban varias banderas azul, blanco y rojo del M-19, que incluso se estaban vendiendo junto a las de Colombia en las inmediaciones de la plaza, pero pronto la remembranza a la guerrilla a la que perteneció Petro terminaría como protagonista en la tarima. Cuando todos esperaban que ocurriera lo tradicional, que el presidente del Senado le impusiera la banda tricolor al nuevo mandatario, Roy Barreras rompió el protocolo y causó sorpresa: “llamo ahora a una hija de la izquierda, una hija de la historia, esa historia que fue interrumpida por las balas asesinas pero que gracias a usted -hablándole a Petro- que encarnó esa voluntad, hoy retoma el cauce. Senadora María José Pizarro”, lo cual generó una sonrisa del nuevo presidente que aplaudió mientras la congresista subía al escenario.
La heredera de Carlos Pizarro, excomandante del M-19 asesinado cuando era candidato presidencial en 1990, llegó entre lágrimas a donde estaban los dos hombres. Ella vestía una chaqueta roja larga, que en su parte posterior tenía colgando un mosaico de chaquiras que formaban la cara de su padre, imagen sacada de una las emblemáticas fotos con boina puesta. La hija del comandante guerrillero le puso la banda presidencial al presidente exguerrillero, todo un reto a un sector de la sociedad, aunque todavía faltaba algo más.
No fue una expropiación, ni suspender la nueva exploración petrolera, ni la presentación de la reforma tributaria; el primer acto de gobierno de Gustavo Petro fue meramente político, nostálgico y si se quiere desafiante. “Como presidente de Colombia le solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar. Una orden del mandato popular y de este mandatario”, lo que implicaba que los integrantes de la Guardia Presidencial debían ir a la Casa de Nariño, donde aún estaba el ya expresidente Duque para sacar el simbólico objeto que él no había querido prestar como el último capricho de su mandato.
La espera por la espada obligó a otro hecho inédito: entre susurros que se escucharon porque había micrófonos cerca, Petro le pidió a Barreras un receso para que llegara la espada de Bolívar antes de su discurso y obediente así lo ordenó el presidente del Senado. “Señor secretario, por orden del señor presidente vamos a hacer un receso de 10 minutos porque viene hacia acá la espada de Bolívar”. Una orden del presidente en una sesión del Congreso en pleno, sin precedentes.
El novelón de la espada de Bolívar terminó a la media hora con su traslado por cuatro miembros de la guardia y custodiada por decenas de escoltas. Llegó al epicentro de la posesión y ahí sí, Gustavo Petro pudo arrancar su esperado discurso.
Fueron 55 minutos hablando y leyendo 21 páginas, un libreto del que poco se salió el fantástico orador que es Petro, que acostumbraba a improvisar sus discursos pero que esta vez los leyó en hojas, no teleprónter. Paz, igualdad, Latinoamérica, economía y diálogo, fueron las palabras más mencionadas en una intervención que fue emotiva, que pone la vara muy alta de su gobierno, pero que también estuvo cargada de lugares comunes, promesas repetidas y utopías.
Después de haber aludido a la segunda oportunidad para las estirpes condenadas a cien años de soledad con la que cierra la novela de Gabriel García Márquez, Petro citó a una niña arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta donde había tenido una posesión “ancestral” días antes: “Para armonizar la vida, para unificar los pueblos, para sanar la humanidad, sintiendo el dolor de mi pueblo, de mi gente aquí, este mensaje de luz y verdad, esparza por tus venas, por tu corazón y se conviertan en actos de perdón y reconciliación mundial, pero primero, en nuestros corazón y mi corazón, gracias” y el nuevo presidente agregó un “gracias” más para terminar su discurso y alzar su puño derecho, no sin antes soltar unas cuantas lágrimas.
Terminada la sesión del Congreso, vino una nueva caminata de la familia presidencial, ahora a su destino definitivo, la Casa de Nariño. Antes de ingresar a la Plaza de Armas que precede las puertas del palacio presidencial, Petro se saludó con la cúpula militar, los hoy representantes de esas fuerzas a las que él combatió en la clandestinidad y que le devolvieron su subversión con torturas. La reverencia de cada uno de los generales y almirantes fue la primera distensión y además la antesala de la marcha que hizo con ellos quien hace 30 años era conocido como ‘Comandante Aureliano’ en el M-19. Los honores militares terminaron con el paso por los cielos bogotanos de cinco aviones Kfir que se perdieron hacia el norte, esos mismos que habían asustado a ‘Timochenko’ mientras daba su discurso de la firma de la paz en Cartagena en 2016.
Hubo un giro de 180 grados del presidente al finalizar los honores. Petro y los suyos ya tenían enfrente la casa de gobierno y en la puerta a sus salientes inquilinos. El expresidente Iván Duque tenía aún la mano en el pecho en señal de compasión y admiración a las Fuerzas Militares. Entre las dos familias, la Petro y la Duque, hubo saludos tibios, obligados y rápidos como quienes quieren salir afanados del protocolo. En medio de la salida de Duque y su guardia pretoriana, una de ellas, la jefe de gabinete María Paula Correa, casi se cae bajando las escaleras. Tropezó pero no cayó, fue auxiliada por el comandante de las Fuerzas Militares, un hecho de solo segundos que bien podría ser una alegoría del gobierno de su jefe.
El camino del expresidente hacia los predios externos a la Casa de Nariño estuvo acompañado de chiflidos y cantos de ‘Duque Chao’ desde la Plaza de Bolívar, donde en pantallas gigantes aún seguían la transmisión oficial. Al fondo la nueva familia presidencial que seguía con su mirada la salida de Duque y compañía, dio nuevamente media vuelta para entrar, ahora sí, a su nueva vivienda.
Ya adentro y luego de haber posesionado a la mayoría de los ministros, Petro hizo su primer e improvisado consejo con ellos, en vivo y en directo, frente a las cámaras y los micrófonos. Otro hecho inédito. A ellos les dijo que les cedía el poder, también que no podían fallar, que el cambio que tenían que lograr no era retórico ni de maquillaje y que el tiempo era corto. “Cada segundito se nos va agotando la existencia política”, fueron sus palabras.
Las primeras líneas de gobierno la recibieron algunos de los 18 ministros que tiene Colombia, aunque el presidente quiere uno más, el de la Igualdad en el que estaría la vicepresidenta Francia Márquez. Serían así 19 ministerios, el número mágico de Petro que se repetiría ahora en el gobierno. Estos cuatros años dirán si el 19 lo sigue acompañando como número de la suerte.