Quieren sacar a Castillo en Perú, ¿se irá AMLO? Esa pregunta se la hacen durante los últimos meses los mexicanos, que el fin de semana votarán una inédita revocatoria del mandato del presidente. Crónica desde una Ciudad de México polarizada.
La lista de presidentes que han tumbado en Latinoamérica no es corta, a pesar del hiperpresidencialismo que hay de este lado del mundo, donde los jefes de Estado actúan en ocasiones como monarcas. En Perú por estos días quieren sacar del poder al izquierdista Pedro Castillo, allá donde en una semana hubo tres mandatarios, un antirrécord solo superado por Argentina, que dedicó canciones al hecho de tener cinco jefes de Estado en igual período. Ahora en México quieren replicar la ‘tradición continental’ y hacer lo propio con López Obrador, con la particularidad de que él es quien promueve su “revocación del mandato”.
Existe una increíble paradoja en los aterrizajes a Bogotá y Ciudad de México. Llegar a la capital de Colombia es encontrarse con un aeropuerto amplio, bonito, recién remodelado y premiado; pero al salir de El Dorado se ve una ciudad sin infraestructura, con profundas crisis sociales y sumergida en el tercer mundo. En contraste, llegar al antiguamente conocido como Distrito Federal es vivir una ciudad rica en varios aspectos, pero que tiene una terminal aérea estrecha, congestionada y que se ve vieja.
La decisión de no construir un nuevo aeropuerto para la inmensa capital azteca -e incluso de frenar las obras que ya avanzaban- es solo apenas una de las terquedades del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), un político del pequeño estado de Tabasco, quien en Colombia podría ser equiparable a Horacio Serpa por la cantidad de veces que intentó ser presidente, o más exactamente a Gustavo Petro, si este año logra su objetivo.
La ‘moda’ de los referendos revocatorios
Al recorrer las avenidas, los túneles, los puentes y las autopistas de dos pisos en los cuatro puntos cardinales de Ciudad de México, la cara de AMLO siempre está presente, ya sea en grafitis pintados debajo de las estructuras o en vallas puestas en lo más alto en las que se lee: “AMLO no está solo. 10 de abril vamos a Votar. #QueSigaElPresidente”. Será ese día que los mexicanos irán a las urnas para decidir si quieren que el presidente termine su período en 2024 o que se vaya ya, algo que le sirve para agitar a sus seguidores, pero que es visto con recelo por sus opositores.
Así sea un domingo con gafas de sol, tenis y ropa deportiva de marca, la derecha también sale a las calles a marchas. Los anti-AMLO, incluidos impopulares expresidentes, caminaron por el icónico Paseo de la Reforma alentados por los escándalos de corrupción que han rodeado a López Obrador; ellos promueven la idea de no salir a votar el 10 de abril para no seguirle el juego al mandatario. “Terminas y te vas”, fue la consigna de los manifestantes.
Lo inverosímil rodea todo en este continente, de ahí que AMLO promueva una elección para mandarlo a ‘La Chingada’, que aunque es considerada una expresión grosera que traducido es “mandarlo a la m...”, es el nombre del rancho (finca) del presidente mexicano que, según denuncias periodísticas, se vio valorizado recientemente por obras públicas. “Yo estuve en Nicaragua cuando Ortega tuvo ese mismo ejercicio y una amiga venezolana me contó también lo que hizo el comandante Hugo Chávez, aquí es exactamente igual que esos dos países”, recuerda Carlos Flores, un mexicano de contextura gruesa que trabaja en la zona hotelera de Polanco.
La referencia que hace es a los referendos revocatorios que se han intentado sin éxito en otros países. No es muy normal que un presidente se vaya por las buenas o permita una elección para sacarlo del poder si no sabe que la va a ganar. En 2004, Chávez fue a las urnas porque confiaba en vencer y lo hizo con el 59% de los votos, sin embargo, su sucesor Nicolás Maduro, no ha querido someterse a esa prueba como tampoco Daniel Ortega en Nicaragua.
No ha sido por elecciones democráticas, en Latinoamérica los presidentes destituidos lo han sido por la fuerza de los hechos: Alberto Fujimori, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra en Perú -donde más les gusta ‘comer’ mandatario-; Dilma Rousseff en Brasil, Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez en Ecuador, Gonzalo Sánchez en Bolivia y Otto Pérez Molina en Guatemala.
¿Por qué quieren a AMLO?
Caminar por las estaciones del metro de Ciudad de México implica encontrarse avisos de la revocación del mandato por todo lado, impulsados por el Instituto Nacional Electoral que asegura que el proceso “Va y va muy bien”, a pesar de que el mismo gobierno le redujo el presupuesto para esta inédita elección. Pero también, se ve en algunos puestos de venta la imagen de AMLO, que está no solo en las alturas, también en el subterráneo.
Karen Sánchez tiene 30 años, vende tortas y accesorios para celular en un módulo del metro en la estación Balderas y allí tiene exhibido uno de esos carteles que dice: “Que siga AMLO. Ratifiquemos su mandato”. En la conversación que tenemos, confiesa que tiene pegado el afiche por órdenes de su jefa, pero ella también está de acuerdo, pues afirma que irá a votar a favor de López Obrador el 10 de abril. “Nos ha dado un poco más de ayudas: a mi papá le dan la del adulto mayor y a mis niñas los 300 pesos mensuales”, relata. La ayuda para sus dos hijas es realmente de 330 pesos mexicanos, equivalentes a 60 mil colombianos al mes, una de las estrategias del gobierno para evitar la deserción escolar.
Más adelante, montado en un carro de Didi, Héctor Reyes de 33 años me da otra visión: “este tipo -el presidente- tiene mucho socialismo, regala mucho dinero. Si a mí me lo preguntas, no hay por qué regalarlo”. Y agrega: “4.000 o 4.500 pesos al mes para un chamaco de 20 años por no hacer nada, pues estás creando holgazanes que solo estiran la mano y no más les dan”, dice con gracia. Él también tiene dos hijos y se levanta a diario a manejar su carro, un Chevrolet Cruze modelo 2018, para poder vivir tranquilo y descansar los fines de semana.
Los menos favorecidos en México son el público elector de AMLO, sus seguidores más fervientes. La contradicción es que en el país la pobreza con él ha aumentado y no es precisamente responsabilidad de la pandemia. De 2018 a 2020 -antes del covid- el porcentaje de personas pobres pasó del 41.9 al 43.9%, cifra muy similar a la de Colombia, aunque entre los mexicanos la pobreza extrema sea de la mitad: 7% frente a 15% de aquí.
El respaldo que goza el presidente mexicano -que seguro envidiarían muchos otros como el presidente Duque- es del 54% según las encuestas menos favorables y del 70% de acuerdo a las que cita López Obrador en sus conferencias de prensa. El populismo, que uno de mis interlocutores dice “ya no tiene ideología” puede ser la explicación de ese apoyo al presidente, pero también lo es por la reducción del desempleo hasta el 3.7% -en Colombia es del 12.9%- lo que confirma lo dicho por mi conductor: “aquí hay chamba de todo, está dura la competición profesional, pero sacas chamba en cualquier lado: lavando carros, vidrios, vendiendo lo que quieras”.
Pero tal vez lo que tenga a los mexicanos aparentemente más satisfechos con AMLO sea la idea de que con él quedaba en el pasado la pesadilla de la corrupción que salpicó a impresentables expresidentes. De acuerdo con Transparencia Internacional, el país avanzó del puesto 130 en 2019 al 124 en 2021 en la lucha anticorrupción.
Sin embargo, tal vez los que apoyan al presidente no están lo suficientemente informados. O no quieren estarlo. “No sé por qué van a votar contra él, para mí está bien todo lo que ha hecho. De pronto querrán votar en su contra porque ya esté mayor, no veo otra razón”, asegura Felipe Osorio en un puesto de artesanías frente a la Catedral Metropolitana. “No he escuchado de escándalos de corrupción, los que sí los hay son de los gobiernos anteriores”, asegura.
Problemas con las declaraciones de patrimonio de sus funcionarios, favorecimientos a familiares de ellos en contratación pública o un hermano recibiendo dinero en efectivo durante la campaña, son algunos de los escándalos que han salpicado al presidente y su entorno, pero que no todos notan. “La idea de hacer historia en el gobierno haciendo cosas buenas, suena a ‘toda madre’; pero la gente que lo rodea a él es lo que ‘le da en la madre’, empezando por sus propios hijos”, cuenta Miguel Iriarte, un ejecutivo mientras ve pasar una manifestación a favor de López Obrador.
Los periodistas que lo cuestionan
De Cuernavaca a Ciudad de México hay aproximadamente una hora de viaje, en ese recorrido alcanzo a sintonizar dos emisoras de radio. La primera, que es Radio Fórmula, emite el boletín de noticias en el que se informa que mataron a Armando Linares, periodista del estado de Michoacán al que le dispararon ocho veces, que es el mismo número de comunicadores asesinados en lo corrido de 2022 en México, considerado el país -que no está en guerra- más peligroso para ejercer el periodismo.
Por la guerra -que sí la hay- del narcotráfico y por una corrupción criminal de funcionarios públicos, el país ocupa el deshonroso lugar 143 entre 180 países en el índice de libertad de prensa; las actuaciones de AMLO también suman para el ranquin. ”El presidente López Obrador sigue estigmatizando a los periodistas durante ‘las mañaneras’ -sus conferencias de prensa matutinas-, cuando se publican informaciones contrarias a sus intereses”, describe el informe de Reporteros Sin Fronteras.
La otra emisora que escucho en el recorrido es W Radio, que emite un programa llamado La Corneta, que mezcla noticias y opinión. Allí uno de los conductores cuestiona al presidente por pelear con humoristas, historiadores y periodistas, mientras otro de ellos hace mención a que López Obrador está ganando regalías por su libro ‘A la mitad de camino’, el cual dice debería llamarse ‘Memorias de un imbécil’.
La relación con los periodistas es tormentosa, pero lo es particularmente con dos: Carmen Aristegui y Carlos Loret de Mola, quienes se han convertido en la verdadera oposición ante el desprestigio y la falta de autoridad moral de los partidos políticos. Aristegui, más cercana a la izquierda y Loret de Mola, claramente con una agenda de derecha, han coincidido en denuncias contra el presidente, la más sensible de ellas contra su hijo por alquilar una mansión en Houston por más de 23 millones de pesos colombianos al mes, una vivienda que es propiedad de una empresa que tenía negocios con la petrolera estatal.
AMLO les responde a ambos diciéndoles que tienen una agenda “conservadora y de élites”, al tiempo que los invita a ser candidatos presidenciales de la oposición en 2024. “Para gobernar resultó un fracaso, pero para hacer campaña es buenísimo”, le replicó Loret de Mola en su reciente espacio del portal Latinus, en el que vaticinó que así el presidente tenga el apoyo del 80 o 90% de los votos del domingo en su “inútil consulta”, sacar a votar solo a 10 millones de personas cuando en 2018 lo eligieron 31 millones, va a ser un fracaso.
“Uh ah, Chávez no se va”
La idolatría por los presidentes que es solo equiparable a la excitación que produce verlos derrocados en Latinoamérica, no se ha vivido en Colombia: ni con la escapada de Pablo Escobar en tiempos de Gaviria, ni con la entrada de dineros de la mafia a Samper, ni con el Caguán de Pastrana, ni con las chuzadas de Uribe, ni con la derrota del plebiscito de Santos y menos con el desgobierno de Duque. En Colombia nadie se cae.
En Venezuela, Chávez alentó a sus seguidores en campaña permanente a su favor, con el famoso estribillo de “Chávez no se va”, pero en Colombia no es claro si alguien se meterá a hacer lo mismo. ¿Será Petro, que cuando fue alcalde de Bogotá adaptó la canción a “Petro no se va” cuando fue destituido? ¿Lo haría Rodolfo Hernández, que confesó que consultaría al pueblo para todo tipo de iniciativas? ¿O lo aplicaría Federico Gutiérrez, el candidato de Uribe que creó el concepto del ‘Estado de Opinión’?
Salgo de México con el convencimiento de que así esté en el “segundo mundo” por su cercanía a Estados Unidos y aunque las condiciones de vida sean aceptables; las profundas desigualdades y la situación de los excluidos les pasan la cuenta de cobro a los opositores de AMLO que no lo verán caer. Parece que la razón la tiene Héctor, mi conductor: “si tú me preguntas, quitamos a este y a quién ponemos, no te sé decir a quién. La neta”.