17 de noviembre de 2009

Testimonios

Qué se siente...Ser calvo

En este testimonio Daniel Samper Pizano cuenta qué se siente tener Alopecia o, en otras palabras, cómo es ser calvo.

Por: Daniel Samper Pizano
| Foto: Archivo SoHo

Calculo que debía de tener 23 o 24 años cuando recibí la noticia de que iba a ser calvo. Lo supe porque, en realidad, ya empezaba a serlo. Recuerdo claramente la ocasión: un compañero de trabajo se acercó con cara de pánico a mi escritorio en la redacción de El Tiempo, me dijo "no se mueva" y estiró la mano temblorosa hacia mi cabeza. Yo quedé paralizado. Pensé que en ese instante algún alacrán, araña polla o cangrejo recorrían mi blonda cabellera, orgullo de mi raza, sin que yo me hubiera percatado. (Los sorprendentes beneficios de quedarse calvo)

Pero el peligro no era un arácnido ni un crustáceo. Era mucho más grave. Mi compañero apartó siete pelos acá, doce allí, un débil mechón más allacito y, tras observar cómo surgía ante sus ojos un trozo brillante de pellejo, dictó sentencia:

-Hermano: le auguro cuatro o cinco años antes de que se quede calvo.

Se equivocaba. Solo necesité tres para comprobar que me esperaba un futuro interminable de cabeza pelada. Hoy ya no sobrevive rastro alguno de aquella melena de oro, como no sean unos cuantos pelos en los flancos de la cabeza y la fotografía de mi Primera Comunión.

Resulta difícil explicar lo que siente un varón cuando sabe que está condenado a la alopecia. Pero intentaré hacerlo.

Empecemos por repasar la anatomía de escuela primaria. El ser humano se divide en tronco (1), cabeza (1) y extremidades (generalmente 4). La calvicie tiene que ver con la cabeza que, grosso modo, se divide en cráneo (los huesos), pericráneo (la capa blanda de carne que rodea el cráneo) y cuero cabelludo (la alfombra de piel del pericráneo, donde nace, arraiga y crece el pelo). Aclaro que algunos machos no tienen cuero cabelludo sino cabello cuerudo, es decir, pelos parecidos a erizos, lanzas, púas, cerdas o espinos, como Manolito, el de Mafalda, o mi amigo el profesor Antonio José Cancino. Esos nunca serán calvos, aunque lo desearan.

Científicamente, la calvicie acontece porque quienes la padecemos somos generosos productores de testosterona. Es esta una sustancia secretada por ciertas glándulas que, al convertirse en dihidrotestosterona, atrofia los folículos pilosos. En otras palabras, el exceso de masculinidad nos perjudica allá arriba. Las mujeres también producen testosterona, pero en vez de contar con dos ovaladas fábricas de la belicosa hormona, lo hacen de manera artesanal: poca y floja. Por eso es raro que lleguen a sufrir de alopecia total. (¿Por qué los hombres se quedan calvos?)

Confieso que si bien al principio me impresionó ser calvo, después lo he aprovechado: ahorro tiempo en la peluquería, dinero en el champú y gimnasia en el cepillo. Por otra parte, me ha conducido a certezas profundas y consejos enfáticos: 1) la calvicie es inevitable e incurable; 2) jamás debe esconderse bajo una telaraña tejida a partir de pelos laterales o de la axila; 3) nunca, pero nunca, conviene reemplazarla por una peluca o un tupé; 4) es bueno invertir en una buena cachucha lo que otros gastan en un mal protector solar; 5) es prudente renunciar a la seducción a punta de belleza, y resulta mejor intentarlo a base de simpatía; 6) buen calvo no conoce piojo.

Sé bien que, como todo calvo, soy un mojón topográfico ("El carro está allí, al lado del calvo") y objeto de chistes pendejos y gastados ("Contra la calvicie conozco una resina: la resinación" o "Si quiere verse con pelo dentro de unos años, tómese una foto ya").

Pero mi condición también se presta para que, en ambientes internacionales, me confundan con Sean Connery y Ronaldo, si la discoteca está suficientemente oscura o el interlocutor suficientemente borracho.

También es útil como tema de conversación con las señoras. Lo digo por experiencia propia. A ellas les inquieta la vida íntima del calvo, quieren saber detalles, certificar leyendas, conocer secretos, palpar aquella dureza resplandeciente.

He aquí algunas de las preguntas que me formulan con mayor frecuencia.

P: ¿La calvicie se hereda?

R: No necesariamente. Mi mamá no es calva.

P: ¿Al calvo le da frío en la cabeza?

R: Jamás en tierra caliente ni en un sauna.

P: ¿La calvicie duele?

R: Solo si uno se rasca.

P: ¿La calvicie rasca?

R: Solo si a uno le duele.

P: ¿El pelo del calvo crece de nuevo?

R: Ni de nuevo, ni de viejo. El pelo del calvo se fue, se fueee, se fueeeee… y no volverá.

P: ¿Al calvo se le cae todo el pelo, todo-todo?

R: No. Lo que desaparece arriba se compensa abajo: fíjese cuántos calvos hay que exhiben barba poblada.

P: ¿Es verdad que los calvos son mejores amantes?

R: Le sugiero averiguarlo usted misma.

Algunas, debo decirlo, aceptaron esta última propuesta y no salieron defraudadas. Los calvos, señoras, somos así. (Consejos para ser un calvo sexy)

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