30 de octubre de 2012
TAGANGA: COCA, MARIGUANA Y JUDIOS
En Taganga se fuma mariguana en los hoteles y en las publicaciones de las redes sociales se advierte de las interminables “rumbas sin restricciones”. La droga se adquiere fácilmente. Aparece en el menú
Por: Alejandra OmañaTaganga es “sal si puedes”, “el paraíso de la tanga”, la tierra del “todo posible, nada seguro”; colonia de israelíes, coca, mariguana y Red Bull.
Panorámica de Taganga, imagen tomada de la web
Luego de la carretera de pronunciadas curvas y extremos áridos, como un corregimiento de Santa Marta, aparece Taganga y su ensenada. Pueblo de calles destapadas y alcantarillas dañadas, de niños costeños corriendo descalzos por las calles y de viejos trepándose a los postes de luz para robar la energía que alimente los grandes equipos de sonido y ostentosos televisores pantalla plana de sus humildes viviendas. Corregimiento de playas, arena y aceite de coco; de hippies vendedores de artesanías por el malecón y kioscos con el mejor pargo frito que he probado. Colonia de israelíes, coca, mariguana, sharmutas (prostitutas en hebreo), humus (licuado de garbanzo), shawarma, electrónica y fiestas de alto voltaje.
Llegar a Taganga es llegar a un Estado independiente, un lugar en el que no hay leyes pero aun así todos conviven sin problemas. Llegar a “sal si puedes” es olvidarse de las normas. En ese pequeño lugar solo hay espacio para ser libres sin ser juzgados, porque la pequeña estación de Policía está ocupada en otras cosas menores, o mejor, conquistando a menores.
El primer paso es hospedarse en un hotel de israelíes para israelíes. Si es colombiano, el acceso le es más fácil si es como yo: mujer, joven, bonita, que viaja sola y puede pasar por prostituta; de lo contrario, los colombianos deben buscar hostales, aunque a decir verdad, los turistas de nuestro país prefieren otros sitios antes que Taganga.
Allí llegué, a un lindo hotel de arabescos orientales, con colores pasteles y letreros en hebreo que me hacían sentir realmente en Israel. Desde la mañana suena electrónica; a las 11:00 am quienes se hospedan allí empiezan a salir de las habitaciones sin camisetas, solo en pantalonetas o ropa interior, a pedir comida en la barra del hotel.
“Humus con mucho picante” y “shawarma”, es todo lo que hay en el menú, especialmente pensado para judíos. Todos los viernes en la noche celebran el Sabat con una cena grupal. No hay carne de cerdo ni de res mezclada con queso; solo garbanzo licuado y vegetales con picante. Después de cenar, se meten en la piscina y ahí buscan la botella de plástico con un tubo que les sirve como pipa para fumar mariguana. En repetidas ocasiones tuve que rechazarla con la excusa de que en ese momento no quería.
En Taganga se fuma mariguana en los hoteles y en las publicaciones de las redes sociales se advierte de las interminables “rumbas sin restricciones”. La droga se adquiere fácilmente y aparece en el menú justo debajo del humus.
En una de mis conversaciones con los israelíes, aunque no supe el precio exacto en chequels de 10 gramos de mariguana, supe que en su país es tan cara que solo les da para comprar una bolsa al mes. Por esta razón, al dueño del hotel, hombre de tatuajes en el abdomen con letras góticas hechas en la prisión, se le ocurrió la brillante idea de vender esta misma cantidad por $40.000, permitiéndoles así, comprar una bolsa diaria. Tal vez por esto es que Colombia es un destino atractivo para los extranjeros que viajan de “mochila”, y que a decir verdad, terminan conociéndo más que los mismos habitantes.
La electrónica siempre suena a alto volumen y hace que sea imposible quedarse sentado. Luego del chapuzón en la piscina que tiene una gran estrella de David con los colores de la bandera de la reciente nación judía, se paran a bailar, cada uno por aparte, en su nota, con los ojos cerrados, sin que importe cómo se baile. Allí todos llegan para sentirse bien, sin límites, sin condiciones, sin autoridad, con los ojos rojos y poca ropa en su pequeño emporio.
El desfile de cuerpos playeros comienza con el sol del medio día. Todos los israelíes tienen el cuerpo dorado y el abdomen trabajado que hace un hermoso juego con sus penes circuncidados. Son una acertada creación de su Dios, que me hace pensar que fueron construidos, pieza por pieza, por Él mismo; quizás es así porque son su pueblo, y si es cierto que están hechos a su imagen y semejanza, Dios debe ser muy sexy.
Tienen tatuajes que parecen manchas borradas por culpa de las largas horas de exposición al sol. Otros tienen el cabello largo y se hacen un pequeño moño alto en su cabeza que combina sutilmente con sus gafas. Las mujeres en este lugar son pocas pero igualmente están bronceadas, con el cabello claro y reseco, delgadas, con tatuajes grandes y el mismo nivel de consumo de drogas que ellos.
En Israel, los hombres deben prestar el servicio militar durante 3 años y al finalizar, bajo la excusa de tener mucho estrés acumulado por la violencia vista en ese periodo, toman uno, dos o hasta tres semestres para viajar por el mundo. Aquí llegan israelíes con su extraña bonanza, porque hasta paramédicos y agricultores tienen dinero para viajar por varios meses. Otros advierten que este es el viaje que necesitan antes de tomarse la vida en serio y regresar a su país a montar un restaurante o ingresar a la universidad. Al llegar a Latinoamérica visitan Colombia, porque gracias a rumores de quienes ya han venido a nuestro país, saben que aquí consiguen prostitutas, drogas y paisajes bonitos. Sus destinos obligatorios son Medellín, Cartagena y, cómo no, Santa Marta, donde los reciben buenos hoteles que solo valen $35.000 el día y sharmutas que se acuestan con ellos fácilmente.
Las sharmutas son colombianas entre los 18 y 25 años que tienen entrada libre en el hotel sin necesidad de hospedarse. Normalmente son jovencitas de clase media, egresadas de buenos colegios que visitaron Taganga y encontraron el verdadero “sal si puedes” y se quedaron allí, viviendo en habitaciones alquiladas con colchones en el suelo. Hablan hebreo, conocen toda la geografía de Israel y las costumbres de los judíos; algunas, en medio de amores de verano, han podido visitar el pequeño país. En una ocasión pude pasar un día entero con algunas de ellas, vi cómo gastaban el dinero ganado en ropa de marca en los centros comerciales de Santa Marta, y al finalizar el día ya no tenían ni una sola moneda para calmar el hambre que les dejaba la traba.
La tarea de ellas es muy fácil. Tan solo deben llegar al hotel y hacer conexión con alguien, elegir cualquier cuerpo bronceado con el que quieran pasar la noche, fumar un poco de mariguana, y si la rumba ya empezó y todos quieren, aspirar unas líneas de coca para luego salir a la discoteca que también es de israelíes que vinieron y no se quisieron ir. Ellos son los dueños de los hoteles, las discotecas y hasta del mejor restaurante. La coca es para momentos especiales, donde haya un grupo numeroso y el plato blanco, grande, lleno de líneas, se acabe pronto. (Nuevamente tuve que rotar el plato y pasar por aburrida.)
A veces, cada 3 ó 4 semanas, se organizan “Fincas”, que son grandes fiestas que duran 24 horas en cabañas alquiladas, donde no se come ni se duerme por el exceso de las drogas. Todos están activos bailando, moviendo la cabeza al ritmo que escoja el dj de turno, jugando con flotadores en la piscina, mojándose con mangueras, pintando sus cuerpos con temperas y teniendo sexo en las habitaciones.
Taganga es un lugar lejano de Colombia porque todo es muy diferente a lo que sucede en el resto del país. Para ir a la discoteca solo basta con salir en pantaloneta y sandalias, sin el cabello arreglado y sin maquillaje. No hay autoridades en las esquinas vigilando. En su reemplazo, hay jóvenes tagangueros que cuando ven pasar a la gente, se acercan, cual vendedor de San Andresito, a ofrecer en varios idiomas “la mejor creepy de Santa Marta”.
En la madrugada, cuando acaba la fiesta en la discoteca, todos van en busca de algún bar clandestino donde vendan cerveza o vodka con Red Bull, los dejen reunirse un rato para conocerse entre todos, charlando en español, inglés y hebreo. Cuando ya están cansados se devuelven al hotel tarareando con su español mal hablado, canciones de salsa o reggaetón. Llegan a pedir comida de nuevo y entrar a la piscina a fumar más mariguana. Yo me senté con un grupo de ellos a hablar y aprovecharon para emplearme como fotógrafa de sus aventuras con la botella de plástico.
Finalmente, pasan a las habitaciones a tener sexo con las sharmutas, y si ellas están de suerte, no cambian de cliente en toda la semana. Están ahí disponibles para uno solo como si fueran sus novias; si la conexión fue fuerte, terminan acompañándolos a otras ciudades o si fue aún mayor, visitan Israel con los gastos pagos. De lo contrario, esperan en la puerta, en la discoteca o caminando por el malecón a que aparezca otro extranjero interesado en ellas, algo que no tarda más de unas pocas horas en suceder.
Dicen que los israelíes se apegan mucho a las samarias porque tienen en sus vaginas algo que succiona sus penes y hace de sus apasionadas aventuras una adicción. Como si todo Taganga y su contenido fuera un imán.