7 de enero de 2010

Testimonios

Relatos de una actriz porno

Franceska Jaimes es adicta al sexo, y luego de casarse con el actor porno Nacho Vidal decidió incursionar también como actriz. A partir de esta edición, va a contar para SoHo todas sus experiencias en la industria pornográfica. Columna no apta para moralistas.

Por: Franceska Jaimes

Soy Franceska Jaimes. Soy bogotana. Mi oficio es actriz porno. He actuado en películas como Nacho rides again y Made in Xpain2. Y desde este mes voy a relatar algunos episodios de mi vida sexual.

Primero, es bueno decir que todos tenemos necesidades sexuales, especialmente yo. Me excitan cada uno de los pensamientos sexuales, me divierte hablar del tema y hasta me calienta, pero sé que muchos esconden esas necesidades y no hablan de eso. Mientras les escribo a ustedes con mi otra mano hago maravillas entre mis piernas y disfruto hasta el más mínimo instante porque, recuerden, la vida solo se vive una vez.
Adoro la vida que llevo y no la cambiaría por la de nadie. Todo lo experimento con la mayor intensidad. Con el sexo soy insaciable, porque quiero sentir el éxtasis absoluto y aún lo estoy buscando. Todo mi cuerpo está preparado para sentir: desde mis pezones hasta mis pies. Mi boca acepta todo lo que traduzca placer.
Confieso, con modestia, que hago mi oficio por gusto y no por necesidad. Por eso soy buena en lo que hago. Me encanta. Lo conozco al extremo. Manejo las técnicas del bondage, de la dominación, de la sumisión, practico el sadismo, el masoquismo, el fetichismo. Y en todas estas prácticas me entrego bajo el lema SSC (Sensato, Seguro y Consensuado)
Sobra decir que carezco de prejuicios y que soy de esas bendecidas que hacen de su trabajo una fiesta y lo disfrutan a fondo. Soy una fantasiosa, todo lo que hago es porque ya lo tenía en mente.
Nací en Bogotá, un 20 de septiembre en una familia de cuatro hermanos; crecí en la sociedad colombiana, llena de tabúes, prejuicios y doble moral; una sociedad que idealiza, en lugar de realizar, sus fantasías sexuales.
La primera vez que descubrí la forma absoluta en que me hacía gozar el sexo fue a los 15 años. Había un caleño, bastante mayor que yo, que me gustaba mucho. En una fiesta con unos amigos empezaron los escarceos. Descubrí que me costaba contenerme; que la fricción, los frotes mientras bailábamos, me hacían subir la temperatura como una fiebre; que sentía una fuerza mayor y maravillosa que jamás había sentido antes. Para encontrar algo de privacidad entramos a una habitación, y me demostró que yo no tenía nada de experiencia, que él era un experimentado. Me tocaba delicioso. De un momento a otro estaba húmeda y reventaban dentro de mí, uno a uno, orgasmos y más orgasmos, cosquilleos, clímax.
Las siguientes parejas sexuales que tuve fueron, en su mayoría, un fracaso. Me dejaban insatisfecha, con ganas de más. No se preocupaban por hacerme sentir éxtasis reales. Hay hombres —supongo que muchos más de los que deberían— a los que les sucede eso; que usan a las mujeres para su placer propio; que creen que el sexo consiste solamente en buscar placer y no en darlo también, en compartirlo.
De malas parejas en malas parejas, alcancé a llegar a la conclusión de que el sexo era eso: un placer insatisfecho. Hasta que conocí a una mujer. Tenía mi misma edad. Empezamos a ser amigas. Cristina era una modelo hermosa, alta, delgada, muy blanca, con unas tetas perfectas.
Cuando salíamos nos gustaba besarnos delante de todo el mundo para poner a mil a los hombres. Tenía unos labios carnuditos y besaba delicioso: me daba suaves toques con su lengua deliciosa.
Así empezamos hasta que un día terminamos acostadas solas en la cama, con unas ganas de sexo incontrolables. Me chupó entera de abajo arriba y, por supuesto, yo tampoco pude resistirme a probarle todos sus vericuetos.
Así empecé con las chicas. Andábamos ella y yo solas, teniendo sexo como locas, de un orgasmo a otro. Entonces viajé. Salí de Colombia. Cristina me invitó a conocer Europa. Era pleno verano, la mejor época para viajar. Por fuera del país se me abrió el horizonte, se me abrió la mente. Y se me desvanecieron las prevenciones. Comencé a experimentar. Me fui a vivir a Madrid, donde el sexo no es una necesidad corporal sino una práctica, una manera de ver la vida.
Y allí todo cambió. Con Cristina conocíamos mucha gente y nos enrollábamos de vez en cuando. Teníamos tanta confianza la una con la otra que todo se daba naturalmente, nos divertíamos mucho, no teníamos límites.
Puedo decir que tuve relaciones con chicas, con chicos, que hice tríos, que participé en orgías. Y que comencé a conocer más mi cuerpo y la forma en que funcionaban mis orgasmos. En adelante me quité todos los prejuicios y decidí vivir como de verdad me apetecía, y así lo hice hasta el día maravilloso en que conocí a mi mejor maestro y hoy mi marido: Nacho Vidal.
Esta es mi nueva catarsis mental. Compartiré mis experiencias, mis anécdotas, mis fantasías con todos los lectores de SoHo. Les contaré de mi oficio, les hablaré de actores, actrices y directores; les explicaré toda la parafernalia que envuelve este mundo. Estaré atenta a todos los comentarios. Tendré un blog en www.soho.co Relatos de una actriz porno para poder interactuar con ustedes. No acepto moralismos. Evítense de entrada el comentario de decir que la tengo tan grande como el bolsillo de un payaso porque no tengo la culpa de que algunos la tengan tan pequeña que vivan buscando la estrechez. Incluso la mental.

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